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La búsqueda interior de una casa refugio siguiente

Ros Boisier
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Encuentro con Laura C. Vela

La fotografía de Laura C. Vela es íntima como su búsqueda, expresiva como sus experiencias y fraternal como su amistad con Xirou Xiao, la protagonista y cómplice de Como la casa mía (Dalpine, 2019). En sus imágenes intuimos la extraversión y la calma de la joven migrante china, su singularidad y su espíritu lúdico. En los diferentes retratos de Xirou apreciamos el paso del tiempo y la energía de una conexión comprometida con la que Laura C. Vela nos invita, en un acto de delicada generosidad, a disfrutar de una serie de momentos esenciales que tratan sobre la vida, la amistad, la juventud y la búsqueda interior por ser y estar en este mundo, en esos mundos y en cualquiera de los mundos posibles. En Como la casa mía, Laura y Xirou inician juntas ese eterno recorrido hacia la comprensión de quiénes somos y quiénes queremos llegar a ser.

“Aquella primera mañana de fotos en la Plaza de la Luna”, dices al final de Como la casa mía y anuncias el inicio de todo. La ‘primera mañana’, las primeras fotos… ¿Cuál fue ese momento de lucidez en el que decidiste que querías contar la historia de Xirou y la de la amistad entre ambas? ¿Cómo surge el proyecto?

Los proyectos que comienzo suelen responder a impulsos o intuiciones que nacen de la curiosidad: algo llama mi atención y me enamoro perdidamente.

Conocí a Xirou cuando estaba fotografiando a gente joven de Madrid. Yo venía de trabajar en Subculturcide, un proyecto coral sobre las subculturas madrileñas. Gracias a este encargo empecé a fotografiar a personas desconocidas y descubrí una nueva faceta como fotógrafa. Haciendo fotos de distintos barrios madrileños, empecé a entablar relación con la comunidad china de Usera.

Cuando conocí a Xirou quedé atrapada por su fuerza. Al revelar los rollos de esa mañana, los puse al lado del resto de fotografías y vi que ahí había una conexión especial. No lo pensé demasiado, simplemente sentí que quería hacerle más fotos y dejé de fotografiar a las demás personas, sin saber a dónde me iba a llevar esto.

Lo que iba a ser un proyecto menos íntimo y más documental, con varios personajes, derivó en una búsqueda interior y en un proyecto que, en el fondo, hablaba de nosotras y de lo que nos preocupaba en ese momento: el hogar, nuestro futuro, la familia… Con Xirou surgió la posibilidad de crear un relato con ella y no sobre ella.

Como la casa mía es un libro intonso en el que se generan espacios interiores como cajas o ‘pequeñas casas’. Cada pasar de página invita al encuentro con una sorpresa que aún permanece oculta, con una interacción delicada que marca un ritmo de lectura pausado. A veces se ocultan textos y otras fotografías. En cuanto a la edición y a la utilización de los espacios interiores como recurso discursivo, ¿cuáles fueron los criterios que te ayudaron a decidir qué imágenes ocultar y en qué momento de la secuencia incluirlas? ¿Qué ideas te ayudaban a reafirmar este recurso?

Hacer un libro intonso fue idea de Juanjo Justicia y Pablo Suárez de Underbau, los diseñadores del libro. Después de una reunión en la que Gonzalo Golpe y yo les mostramos las fotos y les transmitimos las emociones que las movían, nos hicieron la propuesta. Fueron muy valientes, porque era algo nuevo para todos y requería mucho trabajo por la particularidad de su encuadernación. Nos encantó, así que decidimos seguir adelante.

Lo interesante de los libros intonsos es que hay un vacío que queda entre las páginas; un hueco que remite directamente al tao. Además, si lo miras verticalmente, puedes ver una casa o una vagina.

El hecho de que sea un libro blando, con un gramaje muy bajo, genera páginas translúcidas en las que puedes intuir la foto anterior y la siguiente, incluso algunas están escondidas. Hay algunos textos que están al revés y solo se pueden leer a través del papel, otros están también escondidos con algunas palabras a la vista. El diseño remite al viaje de Xirou y al descubrir, escarbar, abrir… Sugerir frente a decir.

Gonzalo Golpe y yo nos reuníamos para editar, poníamos las fotos en la mesa e íbamos viendo lo que nos sugerían. Hay un ritmo, un equilibrio, y tanto las tripas como los ojos te van diciendo las fotos que funcionan y las que no, igual que el uso del silencio en la música. Como dijo Miguel Oriola, el pensamiento fotográfico es un lugar en sí, no es un espejo de nada, es sobre todo una vivencia. Creo que cuando te sumerges en la historia, en la vivencia de fotografiar, y tienes las fotografías expandidas frente a ti, lo sientes. Cuando edito, tengo en cuenta las conexiones poéticas entre una imagen y otra, el poso emotivo que dejan las imágenes, lo que se dicen las unas a las otras cuando están cerca, lejos o muy lejos… Tenía claro que la lectura debía ser fluida, que era un libro corto, sencillo, y que no tenía que sentir tristeza por eliminar las imágenes que no funcionaran.

¿Qué referencias fueron importantes para ti mientras el proyecto avanzaba al tiempo que la amistad con Xirou y tu propia vida y por qué?

En esos años leía mucho a los filósofos chinos Lao Tsé, Zhuangzi y al japonés Tanizaki. Zhuangzi me enseñó a estar sentada en el olvido, Lao Tsé a querer ser blanda como lo vivo y Tanizaki a aprehender los espacios, a vivir las texturas. Escuchaba mucho las canciones de Chavela Vargas o de mi compañera de piso Blanca Paloma y esto era algo que compartía con Xirou: íbamos a ver películas de Chavela o a conciertos de Blanca y disfrutábamos bailando y cantando. Divertirnos juntas, antes y después de la toma fotográfica, fue muy importante. Cuando escuchas cantar a Chavela Vargas, cuando bailas una canción de Leonard Cohen, no te quedas igual… tu manera de estar en el mundo cambia, tus ojos se iluminan. Estas canciones están llenas de pasión, de delicadeza y de verdad. Ante todo, Xirou y yo nos estábamos conociendo y mi cámara estaba capturando esa vivencia. También descubrí a la escritora San Mao y me enamoré de su sentido del humor. Todas estas referencias me ayudaron a construir el tono del trabajo y a interpretar mejor mis ideas y emociones.

Las palabras de Xirou que intercalas en la secuencia visual funcionan muy bien para acercarnos a ella, a su identidad y sensibilidad, de una forma más directa que con la fotografía. ¿Cómo entiendes la función entre fotografía y palabra en tu fotolibro?

La idea de incluir los textos surgió cuando me puse a ver el conjunto de fotos y sentí que faltaba algo: no terminaba de funcionar. Ese algo no eran fotos, era la palabra de Xirou y en concreto su forma de hablar, tan bella y especial, tan suya.

Al principio Xirou no sabía bien de qué quería que hablase y me preguntaba sobre qué escribir. Entonces comenzamos a hablar de las cosas que nos preocupaban, de qué significaban estas fotos para nosotras, de qué sentía ella al verse crecer… Semanas después me envió por email varias páginas con los textos. Yo me encargué de seleccionar, cortar y ordenar con la ayuda de Gonzalo Golpe.

Las fotografías están en silencio. Quien nos habla es nuestro mundo, el imaginario que proyectamos al mirar. Quizá hablan el idioma del tiempo, tan inconmensurable. Cuando conectamos unas fotografías con otras ya empiezan a decir más.

Los textos funcionan de manera muy distinta a las fotos. Por ejemplo, Xirou puede contar específicamente la historia de su nombre. La lectura de las imágenes es precisa y abierta al mismo tiempo; una fotografía puede sugerir muchas cosas distintas a cada persona. A veces queremos expresar demasiado con ellas, un exceso de conceptos que pretendemos que otros vean como nosotros. Entiendo que las palabras no tienen que explicar las fotografías sino expandirlas, enriquecer su lectura con otra experiencia.

¿Qué ha significado para ti, como persona y como autora, la realización de Como la casa mía?

El proyecto Como la casa mía me ha ayudado a desarrollarme como fotógrafa, a afianzar mi mirada y mi voz, y también como persona. Ocurren muchas cosas a lo largo del día, de nuestras vidas, que normalmente pasamos por alto y cuando dedicas tu tiempo a un proyecto así estás poniendo atención en muchas de ellas. También me ha regalado una amistad preciosa, me ha permitido trabajar con grandes profesionales y ha hecho que me conozca mejor. ¿Por qué me interesa tanto la idea de hogar o acercarme a otros? He reflexionado sobre esto mientras creaba y eso es maravilloso. Me he dado cuenta de que vivo en una búsqueda constante por pertenecer, por conocerme y por encontrar pequeños momentos de alegría.

El otro día vi Shirkers (2018), una película que empieza con esta frase con la que me sentí muy identificada: “Cuando tenía 18 años, lo que quería, más que nada, era hacer una película. Tenía la idea de que encuentras la libertad al construir mundos en la cabeza. Pero debías retroceder para poder avanzar”. Yo empecé a hacer fotos con 12 o 13 años. Desde pequeña me interesó comunicarme, expresarme. Tenía necesidad de ficción, de fantasía. Me aburría muchísimo en clase, no me estaba quieta, y no entendía bien ni el mundo ni a las personas. No me sentía parte de nada. Haciendo fotos no encuentro todas las respuestas ni pretendo hacerlo, pero he conseguido conectar y vincularme con otras personas y con lo que me rodea.

Además, creo que es importante pensar en las imágenes que producimos y que forman parte de este sistema. Qué fotografiar y cómo, qué contar y desde dónde. Conocer a Xirou, su obra como artista, a Gonzalo Golpe y al estudio de diseño editorial underbau ha influenciado muchísimo en mi manera de vivir el arte.

¿En qué proyectos estás trabajando en la actualidad?

Estoy desarrollando un proyecto transmedia de fotografía. Aún estoy editando las fotos, recogiendo sonidos y vídeos. Provisionalmente lo he titulado Cucha. Cucha o cuchi viene de la palabra escucha y es algo que los habitantes del pueblo me dicen cuando camino con ellos: “¡Cuchi qué belleza, Laura!”

Cucha es un proyecto que se desarrolla en un pequeño pueblo minero donde, hace tiempo, vivió mi familia. Durante años, centenares de hombres entraban cada día para sacar pelotas de mineral. Algunos morían allí abajo, como escarabajos cuya guarida había sido cerrada.

Recorro de nuevo las calles del pueblo dialogando con los relatos de sus habitantes y el mío propio, que se construye a cada paso que doy. En este paseo conozco a Vicente, quien vive apartado en una pequeña casa con sus animales, su huerto y sus recuerdos. Nadie le habla, nadie lo recibe. Él es ya como un insecto: laborioso, sus manos y sus dientes llenos de tierra, ágil y frugal. Solo lo recibiría en su casa Mushi mezuru himegimi, la damita que amaba a los insectos. Lástima que la joven himegimi viviera hace mil años lejos del pueblo y en Japón.

A partir de esta historia de universos cruzados, de una ficción en la que Vicente lee a la damita, crearé un universo multiplataforma cuyo eje vertebrador serán mis fotografías. Es un proyecto en colaboración con el escritor Suso Mourelo y el artista sonoro Miguel Aparicio.


En esta sección de entrevistas breves Ros Boisier nos acerca la obra de autoras y autores que poseen un trabajo fotográfico de interés.

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4 comentarios

  1. Juan Peces dice:

    Una entrevista profunda y sencilla a la vez, como la fotógrafa, y repleta de observaciones generosas y transparentes. Es un placer siempre leer a Ros. Gracias por estos grandes placeres.

    1. Ros Boisier dice:

      Hola Juan, muchas gracias por leernos y animarte a compartir tus comentarios, siempre bienvenidos y considerados.

  2. Miguel Ángel Felipe dice:

    Una casa o una vagina. Hay algo extraordinario en darle sentido y coherencia al soporte físico del relato. Me gustó mucho la conversación: abre puertas y ganas de conocer y explorar la obra. Felicitaciones a ambas, entrevistada y entrevistadora.

    1. LUR dice:

      Gracias por tus palabras Miguel Ángel Felipe. Muchas gracias por leernos.

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