“Supongo que el diseño que plantéis para el libro de Monterde debe ser muy radical, como sus fotos”. Durante el desarrollo del proyecto este era el comentario habitual de quienes sabían que estábamos trabajando con el libro de Jesús Monterde, pero nuestro planteamiento era diametralmente opuesto. Unas imágenes con tanta potencia necesitaban silencio alrededor para dejarlas resonar con toda la energía que por sí tenían cada una de ellas. Así que la decisión de base era hacer un libro de concepción ‘clásica’.
No soy partidario de usar términos como ‘clásico’, ‘moderno’ o similares, ya que rara vez sirven para ilustrar algo. Por ello intentaré explicar a qué me refería anteriormente con clásico.
Siempre que Jesús Monterde desplegaba sus fotos sobre la mesa de edición acompañaba la acción con el comentario de que las imágenes “simplemente narran la cotidianidad de mi entorno”. El diseño, muy al contrario de como habitualmente se piensa, comienza a gestarse en esas primeras conversaciones con el autor y en este caso también con el editor, Iñaki Domingo. Se comparte el trabajo, pero también sensaciones y reflexiones que en gran medida fundamentarán toda decisión en la construcción del libro. Y digo construcción para reforzar la cualidad material del libro.
Son imágenes directas, claras, contundentes y podría decirse que también viscerales e intuitivas. Cada imagen apoyada sobre la mesa suponía un mazazo a la vista. Y esa fuerza visual propiciaba en la mente múltiples asociaciones simbólicas férreamente cimentadas en la cultura visual occidental (europea) con las que el propio Monterde jugaba en sus composiciones. Cada una de las imágenes necesitaba respirar. Necesitaba su espacio vital. Y de ahí surgió la primera de las decisiones: márgenes generosos para que las manos en el pasar página no interfiriesen sobre ellas. Y esta relación íntima también nos dio la clave sobre el formato: suficientemente grande para que se vea la riqueza que cada imagen contiene, pero razonablemente pequeño para establecer una relación íntima con el espectador y el imaginario evocado.
“No quiero contar nada en concreto, simplemente el día de día de mi comunidad. Simplemente hablar de la vida” decía Jesús Monterde cuando planteábamos tentativas sobre cómo organizar el contenido. Y tenía razón, ese material no necesitaba ninguna construcción adicional. Sencillamente necesitaba mostrarse en un devenir natural. Debía tener un ritmo circular. Vida y muerte unidos en secuencia continua. Y así se trató la estructura. Un pasar de páginas yuxtaponiendo y vinculando imágenes con un ritmo cadente, incluso repetitivo, que de vez en cuando rompíamos con imágenes a doble página o imágenes en página par. La presencia del fuego y el humo también era una constante que nos ayudaba a establecer hitos en las que se apoyase el lector. Un fuego que da la bienvenida y se despide, sugiriendo ese movimiento circular vital.
La cubierta del libro, al contrario de lo que habitualmente se cree, es un elemento que necesitamos abordar cuando el proyecto está maduro. La cubierta es el primer contacto con el lector y nos gusta interpretarlo como un punto para predisponer emocionalmente a este. Por ello debemos trabajar sobre algo ya armado. Teníamos claro el uso del rojo, tan constante en el trabajo en contraste con el negro. Y el uso de una tipografía contundente estampada para potenciar el tacto natural del papel. Es difícil escoger una imagen que resuma un proyecto salvaje como este, pero la fotografía del caballo con ese relinche a modo de risa animal, que tanto recordaba al imaginario de Los caprichos de Goya, nos parecía una imagen con clara vocación desconcertante que nos ayudaba a generar esa sensación de extrañeza que esperamos generar en el lector cuando tuviera el libro entre sus manos. Una imagen brillante que contrastaba con el acabado mate del papel y el estampado del texto. Un libro encuadernado en tapa dura que refuerce la potencia contenida. Un libro con sensación de áspero y crudo entre las manos y cuya imagen central reta al lector a abrirlo y dejarse llevar por el vórtice visual del trabajo.
El leve brillo del barniz aplicado selectivamente sobre los colores y el negro de las imágenes refuerzan la profundidad y fuerza de las mismas, que incide en la sensación táctil de las imágenes de Monterde. Enfatizadas por el contraste del tono blanco, de tacto sedoso, del papel estucado escogido.
En definitiva, y vuelvo a la idea inicial de ‘construcción’ de un libro, las decisiones tomadas a la hora de trabajar con las imágenes de Jesús Monterde no son únicamente visuales, sino también táctiles. Al diseñar un libro, al diseñar un objeto, debemos valorar que no solo entra en juego la vista. El tacto es el otro sentido que en todo momento está condicionando lo que vemos al tenerlo entre las manos, al manipularlo. Su tacto, su peso, su tamaño, en definitiva su escala respecto al lector. Ocurre que, parafraseando a John Berger, “al tocar algo nos ponemos en relación con ello”.
Alberto Salván (Madrid, España, 1979) es cofundador del estudio Tres Tipos Gráficos. Su labor ha sido reconocida en diversos premios y certámenes nacionales e internacionales. Con una amplia experiencia docente, cabe destacar su colaboración en centros como IED Madrid, Escuela Blank Paper y Universidad Europea, entre otros. Complementa esta actividad en el campo de las artes plásticas, en las que desarrolla proyectos en torno a la imagen y sus cánones de representación.