I
Barthes pensaba, con toda razón, que las fotografías siempre evocan la muerte. Esa suerte de memoriales que al pretender retener imágenes fugitivas sueñan con refutar la muerte, no hacen más que hacerla aún más evidente.
En un combate desigual cada fotografía puja por apresar algo inasible y condenado a desaparecer, pero aun cuando lo logre, acaba siendo un desesperado intento que demuestra lo contrario. En este punto, las imágenes se ajustan a la lógica oximorónica del inconsciente, cuando las cosas pueden ser y al mismo tiempo no ser.
Si en el artículo Luis González Palma o las formas de la melancolía subrayaba la pendiente de González Palma hacia la desaparición, no parece aventurado situar a Christian Boltanski en esa línea.[^1]
La muerte de un artista quizás sea un último gesto, inseparable de su obra. Y no necesariamente porque haga de la muerte un gesto voluntario o la convierta en una performance que tendría efectos, aun cuando el performer ya no se encuentre en este mundo para recogerlos.…
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