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El juego como homenaje siguiente

Ros Boisier
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Encuentro con Julieta Averbuj

El juego de la madalena (Fuego Books, 2022) es una metáfora sobre cómo opera la memoria y cómo le afecta el paso del tiempo. También indaga en la pérdida como tema subyacente.

Julieta Averbuj nos ofrece fragmentos de las fotografías rescatadas de los álbumes encontrados en casa de su padre en Buenos Aires, días después de su fallecimiento. Averbuj buscó en esas imágenes reminiscencias de un pasado no vivido, pero sí reconocido en los relatos que su padre le contaba. La artista seleccionó y reencuadró los gestos cotidianos y sus detalles con afecto, resignificando las fotografías y construyendo imágenes alternativas que proponen una visión íntima con la que desea anclar su sentido y crear sus propios recuerdos.

Averbuj ha creado un fotolibro de múltiples combinaciones en el que el fragmento cobra fuerza en cada pasar de página porque nos permite deambular en busca de conexiones visuales a dos manos y descubrir en cada despliegue un camino posible de lectura o una escena familiar ajena que podría ser la de cualquiera. Julieta Averbuj apela a los recuerdos que evocamos como saltos temporales que se mezclan con otros más o menos nítidos, más o menos coherentes o próximos en el tiempo; experiencias espontáneas o dirigidas por la memoria y los estados emocionales, instantes aislados, reconstruidos o ficcionados con los que nos contamos nuestra propia historia.

Las imágenes de El juego de la madalena provienen de tu álbum familiar (objeto que conserva y reafirma recuerdos, biografías, autorrepresentaciones…). Sin embargo, la selección de fotografías que haces para tu proyecto dista mucho de ser fiel a esta idea, apoyada en la nitidez visual y en la identificación de personas o lugares. La utilización del álbum familiar que despliegas alude más a una memoria que se difumina entre fragmentos y sensaciones ligados a esos recuerdos. ¿Por qué decides abordar la fragmentación como estrategia y eludir la nitidez fotográfica? ¿Cómo potencia esta decisión el ámbito discursivo del proyecto?

Mi primera aproximación al álbum familiar fue mediante una exploración al objeto fotográfico. Miraba de cerca y me servía del teléfono móvil para acercarme aún más a las imágenes. Ese zambullirse en lo casi imperceptible lo trasladé a la pantalla del ordenador y continuó con el escaneo de las fotografías después. Pasé muchísimo tiempo jugando a buscar imágenes dentro de las imágenes que mantuvieran rastros significativos de la memoria.

Desde que supe que mi intención era intentar representar el funcionamiento de la memoria, entendí que el recurso formal con el que debía trabajar era el fragmento. Los recuerdos son fragmentos de experiencias, trozos incompletos que necesitan de otros fragmentos para poderse construir como relato.

Además, tratándose de un material tan personal necesitaba encontrar la forma de acercarlo al espectador para que pudiera relacionarse con las imágenes hasta sentirlas propias. La imagen incompleta de los fragmentos es susceptible de ser completada por quien la mira. A través de este recurso puedo apelar al espectador y este puede vincularse de forma activa al material fotográfico que le muestro.

El libro propone no solo una mirada activa, que obliga al espectador a completar esas imágenes, sino que también propone una experiencia física. Con la voluntad de respetar la forma en que opera la memoria, se utiliza para el libro una estructura no secuencial en la que las imágenes, así como los recuerdos que aparecen, se componen y se muestran de forma involuntaria. De esta manera se anima al espectador a participar en la composición de esos fragmentos de memoria, invitándole a apropiarse de ellos y a darles, una vez más, un nuevo significado.

A lo que la falta de nitidez se refiere, efectivamente el álbum familiar es un soporte creado para conservar recuerdos. Es un objeto al que se le suele destinar un cuidado concreto, no solo por la fragilidad que supone su carácter material, sino porque lo conservado es frágil y susceptible a desaparecer. Sin embargo, las fotografías que encontré no habían sido protegidas, más bien lo contrario. Estaban invadidas por la humedad, hongos, golpes, rayaduras y polvo. Esas huellas indicaban el paso del tiempo y el deterioro que este conlleva. Me pareció importante mantener y reivindicar estas marcas ya que añadían una capa de significado a las imágenes que ya de por sí evocan el pasado y la memoria: las imágenes de archivo contienen de forma intrínseca estos códigos.

¿Cuál es el vínculo que estableces entre el tiempo y la memoria, para lo que utilizas como metáfora los hongos que están borrando las superficies de las fotografías? Y, ¿qué lugar ocupa para ti el futuro, entre el tiempo y la memoria, como un espacio-tiempo inevitable en el que se crearán nuevos recuerdos y en el que desaparecerá parte de nuestra memoria?

La transformación física de las imágenes es análoga a la transformación de los recuerdos, que pierden nitidez, se fragmentan y se transforman.

El reencuadre me sirvió para hablar de una temporalidad. Así como cuando recordamos lo hacemos en un presente evocando un pasado, las fotografías utilizadas representan el tiempo pasado y el gesto de reencuadrar el presente desde donde lo hacemos.

Las imágenes, algunas enmohecidas y consumidas por los hongos que crecieron en el interior de los álbumes, hablan del vínculo entre el tiempo y la memoria. Al igual que el paso de los años modifica los recuerdos, los componentes del deterioro invaden la materialidad de las imágenes, dando cuenta de esa transformación orgánica.

¿En qué consiste el juego de la madalena que creó tu padre? ¿Qué características del juego has podido trasladar a la estructura (interna o externa) del libro?

Sí, el título hace referencia a un juego inventado por mi padre. A través de su propia voz reconvertía fotografías aparecidas en el periódico del día e improvisaba historias donde la magdalena era siempre el elemento que se repetía. La imagen de algún político con el dedo alzado y cara de enfado (por ejemplo) se convertía por unos minutos en un personaje ridículo que exigía comer magdalenas.

Este juego de resignificación, en el que cualquier imagen podía ser víctima de la imaginación de mi padre, coincide con el mismo sujeto de repostería del que Proust se valió en En busca del tiempo perdido para describir el fenómeno en el que una percepción evoca un recuerdo.

Creo haber logrado trasladar el mecanismo mediante el cual se construyen nuevos relatos a partir de imágenes que a priori pueden no tener un significado para el espectador, quien enfrentado a fotografías de personas que no reconoce puede construir nuevas narrativas e incluso identificarse. Asimismo, se propone al lector que juegue, que componga y recomponga, dando sentido a las instantáneas con sus propias combinaciones. Todo ello a través de imágenes evocadoras que por su propia naturaleza remiten al pasado y a la memoria.

El uso del texto en tu libro es muy sugerente visual y emotivamente. A medida que las páginas del libro ‘se abren’, las hojas de papel vegetal surgen sin previsibilidad, en ellas unas breves frases en un color casi imperceptible parecen flotar en el papel traslúcido. Frases como “migas en el bigote”, “agujeros en la ropa” o “la cama deshecha” apuntan a una cotidianeidad íntima que conforman parte de un imaginario familiar. ¿Qué te interesa transmitir con la elección (y función) de estos textos y con su delicada inscripción en papel vegetal?

Decidí incluir el texto porque me parecía importante evidenciar cómo el lenguaje es fundamental para la construcción del relato de la memoria. Creo que los recuerdos son fragmentos de imágenes inconexos si no se les otorga un contexto que les dé sentido y eso se hace a través del lenguaje. El recuerdo necesita del lenguaje para poder construirse. En caso contrario, los recuerdos son simples fragmentos de imágenes inconexos.

Mi intención era incorporar pequeños textos que funcionaran como imágenes. Es decir, quise incorporar la palabra para poder invertir el sentido de lectura que propongo a priori. Al igual que las imágenes pueden evocar recuerdos en el lector, los textos pueden generar imágenes mentales y así enriquecer la experiencia visual

Los textos, de tamaño pequeño, impresos en tinta color ocre sobre papel vegetal son casi imperceptibles. Aluden a la nostalgia del álbum antiguo, con su papel cebolla para proteger las fotos. Este papel traslúcido crea una dinámica entre lo visible e invisible, lo que está delante y lo que queda atrás. El texto pues, se convierte en un elemento más de composición, convirtiéndose por momentos en parte de la imagen.

Al momento de trabajar en la idea del libro como objeto, ¿qué referencias te han ayudado a potenciar el significado de tu trabajo? ¿Cuán fundamentales ha sido estas referencias en tu proceso creativo?

Para mí, el cine experimental es un referente fundamental que amplía los límites del lenguaje visual convencional. Durante el proceso de realización de mi libro llegué a un punto de inflexión en el que comprendí que no quería contar una historia convencional. Esta fue una decisión crucial porque me permitió liberarme de los límites del relato lineal, secuencial y ordenado. Gracias a esto, pude experimentar con el formato y explorar nuevas formas de expresión visual, sin la necesidad de construir una narrativa tradicional.

¿En qué proyectos estás trabajando actualmente?

Actualmente estoy explorando las posibilidades expositivas del libro. Trasladar el libro o su esencia al espacio físico me permite expandir la experiencia a través de la instalación, ofreciendo así una mirada profunda y complementaria respecto al proyecto.


En esta sección de entrevistas breves Ros Boisier nos acerca la obra de autoras y autores que poseen un trabajo fotográfico de interés.

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