Fue durante el Festival Internacional de Fotografía Landskrona Foto (Suecia) que vi por primera vez la maqueta de La Picnolepsia de Tshombé. El jurado, del que yo formaba parte, tenía que elegir un ganador del Dummy Award, entre tres o cuatro finalistas. Estábamos de acuerdo que el libro de Gloria Oyarzabal tenia el mejor potencial de todos los candidatos, pero también en el hecho de que algo no funcionaba. Finalmente acordamos que La Picnolepsia de Tshombé tenía que ganar, pero que la autora necesitaba ayuda para asegurar que su forma y mensaje se plasmaran mejor a través de la futura publicación. Acepté el reto de ser el tutor del proyecto durante el proceso del replanteamiento. No sé si me merezco el título de editor del libro, porque realmente fue un proceso en equipo, pero agradezco el generoso gesto de Gloria Oyarzabal de reconocer mi pequeña contribución en estos términos, como también la confianza por parte del festival y el editor asociado, Tomasso Parrillo, de Witty Kiwi.…
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En este caso la aportación del “tutor” no solo suma, multiplica exponencialmente el resultado final. Los autores podemos desarrollar buenos proyectos, pero no somos profesionales de “todo” la autoedición tiene sus límites físicos y es una realidad que diseño, maquetación y guion gráfico tienen la llave del éxito, de la excelencia
Rafael, totalmente de acuerdo con lo que comentas. El proceso de “construcción” de un fotolibro siempre gana cuando entran en él los profesionales especialistas.