Suena a obviedad y suena a locura: en cinematografía, la fotografía no existe. Es decir, que si detenemos la proyección, la kiné (el movimiento), para encontrar la fotografía, el fotograma, los grafos (la imagen), perdemos la narración. O, al contrario, el cine son sólo fotografías en movimiento y la narración, madre del mensaje y portadora de las emociones, sólo la construye el espectador en su mente. Aquí, sin ánimo de ser profundamente irritantes con la cuestión dual de casi todos los interrogantes que nos acompañan a lo largo de nuestra existencia, ahondar nos llevaría a Gilles Deleuze y su imagen tiempo y/o movimiento; o a Henri Bergson por aquello de que las acciones del verbo vivir al detenerse son muerte, morir, o al menos hibernación.
En Allegro, contada desde la desazón, todo esto se acentúa: el tiempo necesita moverse hacia atrás, hacia delante, e incluso cuando parece detenido en esa Zona de una ficticia Dinamarca anestesiada, cuando el fondo del fotograma de la ciudad es congelado, uno niños que juegan al balón terminan por irritarlo y nos parpadea; o la porra de unos policías municipales igualmente lo golpean para que una ciudadanía incrédula verifique que aquello esta semivivo, aletargado sí, pero no estáticamente muerto.…
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