Pocas cosas se le pueden agradecer a la pandemia, pero quizá una de ellas sea que haya conseguido poner en duda el significado de eso que llamamos ‘actualidad’. Me pregunto qué quiere decir ahora esa palabra mientras consulto la cartelera cinematográfica en un periódico y, paralelamente, en internet. También al tiempo que repaso, aunque sea con actitud un poco distante, lo que han publicado algunas revistas ‘especializadas’ (otro día habrá que dedicar igualmente algunas palabras a ese término) sobre las películas estrenadas en estos últimos meses. Y debo entenderme bien cuando me leo: si digo “actitud distante” no es para denotar soberbia o superioridad, sino para distanciarme de mí mismo, de la excitación que antes me generaba ese tipo de actividad. El coronavirus, y las subsiguientes restricciones, han traído consigo estrenos a destiempo, más dispersos y a veces ilocalizables que antes. Pues ahora las películas se hacen presentes en las salas que han sobrevivido a la debacle, pero también, y en la misma cantidad e importancia, en plataformas y en streaming, de manera que resulta difícil controlar y contabilizarlas todas.…
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Bellas películas insignificantes debería ser una sección de novedades sin tiempo.
Me quedo buscando esa belleza inesperada en medio de la continua rutina, vagabundeando en espera de contagiarme con ese virus del que hablas (qué sentido antídoto contra el otro que tanto nos comprime).
Allá donde me digan corro a escribir una sección que se titule así: “Bellas películas insignificantes”. Últimamente son las que más me gustan…