El impulso inicial que pone en marcha Loreak (Flores) nace de un acto de curiosidad y piedad, es hijo de ese caro gesto consistente en saber mirar para cuestionarse, no lo qué ha pasado, eso sería materia de CSI, sino para imaginar qué se pudo sentir. Loreak lee el paisaje no con los instrumentos de la cartografía sino con la pulsión de la poética; de ahí que el sustento que alimenta su argumento se centre en cosas del interior, en esos leves requiebros del amor y el afecto que, por inaprensibles, resultan tan escasos en estos días de explicitud y pornografía emocional. Loreak habla de la complejidad de las relaciones humanas, de lo que dicen los silencios y callan las palabras; de las filiaciones e impulsos a través de unos personajes dibujados con tanta sutileza y complejidad como respeto.
Lo mejor de sus autores reside en la impresión que transmiten sobre su noble sentido de la observación.…
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