Los rituales funerarios tienen, según la antropología y la sociología, un doble significado: por un lado, el recuerdo de la muerte —como memento mori y rememoración del difunto— y, por otro, la conciencia de la continuación de la vida tras la ruptura que supone una ausencia ya irremediable. En ocasiones, un retrato de la persona fallecida preside el acto fúnebre evocando al difunto a modo de homenaje y subrayando la fascinante capacidad que posee la fotografía de hacer presente una realidad ausente. Paradójicamente, al tiempo que recuerda y revive a la persona, evidencia también su desaparición, porque el retrato revela “ese algo terrible que hay en toda fotografía: el retorno de lo muerto”, como señala Barthes.
La relación de la fotografía con la muerte ha sido ampliamente estudiada por los teóricos de la imagen, un vínculo fácilmente demostrable a partir de nuestra propia experiencia con la visualización, por ejemplo, del álbum familiar.…
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