Entre todos los parámetros con los que se analiza la composición de una imagen (sobre todo para la psicología Gestalt en el campo de la percepción) siempre hubo dos conceptos, que incluso estudiados, dejaban al artista y a los comentaristas un mundo completamente abierto a las interpretaciones, allí, en el lugar no cuantificable de la experiencia contemplativa: el ‘jodido’ equilibrio y la difícil consecución de la unidad.
Nevrland se, y nos, balancea entre ambos.
Y en esta ocasión, no es el imaginario del espectador que revisiona el que ve las luces y sombras del expresionismo alemán (lo subjetivo sobre la representación de la objetividad) en la película, porque es la dirección cinematográfica —dirigiendo a su vez a la dirección de la fotografía—, la que no enmascara los clásicos blancos y negros, aunque los transforme en rojos ansiosos y azules miedosos. Y, además, ambas direcciones arrancan desde el inicio del filme con una rúbrica, de marcado acento germánico para más inri, y de una manera muy nietzscheana (los instintos como fuerzas que van más allá de sobrevivir, protegerse y reproducirse, porque si así fuera la vida, se estancaría —que es lo que está a punto de sucederle a nuestro protagonista—):
…Yo os digo: es preciso tener todavía caos dentro de sí para poder dar a luz una estrella danzarina.
Contenido solo para usuarios registrados
Para acceder debes tener una cuenta en LUR
Regístrate y disfruta de toda la experiencia LUR de manera inmediata; no tiene ningún coste. Hazte una cuenta y podrás acceder a todo el contenido de LUR
Si ya estás registrado, inicia sesión