Darren Aronofsky pertenece al grupo de cineastas kamikazes al estilo de Terry Gilliam y Luis Buñuel. Son gentes sin freno que, en sus películas, se pasean con dios y con el diablo sin pagar el peaje de la fe; sin militar en iglesias ni credos. Como Gilliam, como Buñuel, el cine de Aronofsky (Pi: El orden del caos, 1998; Réquiem por un sueño, 2000; La fuente de la vida, 2006, El luchador, 2008, Cisne negro, 2010; Noé, 2014, entre otras obras firmadas como director), jamás se refugia en la contención y la razón. Darren no calibra el alcance de su pegada, ni la resistencia del público. Simplemente se emborracha de entusiasmo y se deja llevar por el relato que ha imaginado.
Y lo que ¡Madre! imagina parece una sobredosis de delirio bíblico. Si en su descompensado y errático trabajo sobre Noé, Aronofsky se paseaba desbocado por la historia del diluvio, aquí lleva más lejos su ruptura con la literalidad de las escrituras para palpar lo simbólico.…
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