En La bruja, primer largometraje de Robert Eggers, el nuevo enfant terrible del cine estadounidense cometía, en el momento del desenlace, el mismo error en el que incurría el Lars von Trier de Rompiendo las olas. Se trata, por supuesto, de un error discutible toda vez que no faltan voces que no lo consideran así. Lo incuestionable, se esté de acuerdo o no con ello es que, esos últimos movimientos, corro en sensiblemente lo que aparenta tener vocación de obra abierta. Son, en ambos casos, gestos reduccionistas que dejan al público sin libertad para disentir, sin capacidad para imaginar, para creer o descreer.
En el caso del danés, en un filme deudor del Dreyer de La palabra, von Trier evidenciaba la presencia de lo divino al mostrar unas campanas, alegoría de lo extraordinario, como contraplano a una hipotética recuperación milagrosa. ¿Broma irónica? No lo parecía y no lo merecía. …
Contenido solo para usuarios registrados
Para acceder debes tener una cuenta en LUR
Regístrate y disfruta de toda la experiencia LUR de manera inmediata; no tiene ningún coste. Hazte una cuenta y podrás acceder a todo el contenido de LUR
Si ya estás registrado, inicia sesión