Espacio para el pensamiento y la reflexión crítica sobre el sentido y el significado de imágenes de la pandemia del covid-19
Graciela De Oliveira
Se ha podido viajar de Montevideo a Milán durante la cuarentena porque el aeropuerto uruguayo se ha mantenido abierto.
Pero en esta fotografía hay otro viaje: al pasado reciente. Pasaron seis meses desde que esa mujer fuera retratada por Gabriele Galimberti contemplando un ataúd en la morgue de uno de los mayores cementerios de Milán.
“¿Cómo podemos llorar la pérdida cuando el coronavirus nos obliga a separarnos?” Pregunta Craig Welch en la nota de National Geographic que esta y otras fotografías ilustran con reflexiones sobre cómo la pandemia ha cambiado los ritos funerarios.
En la imagen, del rostro de la mujer que contempla, sólo vemos el reflejo en eco por el doble vidrio que separa el pasillo de la sala, otra manifestación de que la imagen especular continúa siendo un motivo alegórico para el encuadre fotográfico.…
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En el contexto en que vivimos, ¿no es acaso esta imagen una invitación a considerar, como tantas otras veces, la certeza que tiene la muerte frente a lo efímero de la vida? La forma en que se difumina la mujer mirando al féretro, cómo desaparece, cómo se divide incluso uno frente a la contemplación de la muerte dejando de ser aquello que fuimos y convirtiéndonos en un retazo del dolor o proyectando ese futuro que carga con el peso de la ausencia del otro que deja de ser.
Me pregunto si la muerte, al vernos, también sería capaz de hacer esa interrogante fotográfica de: ¿qué miras cuándo me miras? Pero sobre todo, ¿qué miras cuando me miras a través de una fotografía? La imagen ciertamente nos habla de un presente, al informarnos sobre el contexto que nos toca enfrentar, pero también nos permite proyectar un futuro, aunque especulativo, en el que cada espectador se enfrenta a la posibilidad latente de tener que lidiar con la partida de alguien y entonces uno empieza a crear este escenario en el que alguien más te fotografía contemplando el cajón y perdiéndose a uno mismo en esa mirada. Alguna vez se mencionaba el hecho de que miramos fotografías de muerte para reafirmar nuestra seguridad en el mundo, mientras sea el otro, mientras sea el personaje que habita la imagen el que muere y yo pueda verlo, sabré que sigo vivo. Pero en esta imagen no contemplamos la muerte como tal y es quizás eso lo que rompe la premisa anterior. Nos enfrentamos más bien a la contemplación de la muerte, al momento en que alguien tiene que afrontar la pérdida y, en ese caso, ya la seguridad no se siente tan cómoda.
Hola Martín, tus palabras me invitan a releerlas y a evocar la fotografía que aquí observamos y que nos interroga. Algunas preguntas suscitan respuestas que son ideas y que no llegan a ser reflexión…
La certeza de la muerte a la que haces referencia se significa, desde mi punto de vista, viviendo la pérdida definitiva y experimentando la imposibilidad de la despedida, incluso ante la incertidumbre de saber, con esa misma certeza, que el cuerpo en el féretro es el del ser amado (no lo sé, no lo sabemos). Han sido las reglas ante las circunstancias que han marcado esa distancia, ese no estar seguros. Como dices, “la seguridad no se siente tan cómoda”, la seguridad se ha vuelto incómoda mientras negociamos con la ambigüedad y la inestabilidad cotidiana. Y en el fondo de nuestras preocupaciones, sabemos de nuestra finitud y, sin embargo, pongo en duda la consciencia ‘real’ que tenemos sobre, esta, nuestra condición de la naturaleza…
Saludos
Para todos los seres humanos es necesario superar en vida la separación de la soledad, el desamor y todo aquello que implique la desunión. Este fenómeno de la pandemia nos arroja al abismo más grande para los seres humanos, la separación de todos, de los más cercanos y del hecho del amor por el otro. Con la muerte tan cerca se crea un miedo y una angustia mayor a la vivida, por condiciones de vida particulares, por ser conscientes de caer dentro de un monstruo con solo respirar en sociedad, entre nuestros seres queridos o con acompañar a nuestros enfermos junto a su lecho de muerte. Si la muerte producía rechazo de forma natural, los actos de despedida se desvanecen.
Ésta es para mi una imagen perversa, donde algunos elementos sirven para desviar la mirada de este ataud situado a la derecha, en un espacio gélido alicatado y, se supone, higienizado al máximo.
Allí la muerte está sola, desconectada de todos nosotros, en este tiempo de prudencia extrema, de aislamiento recomendado u obligado.
No se sabe qué son estos elementos metálicos y fríos en primer plano. No sabemos hacia donde miran esas dos caras enmascaradas: en un juego de reflejo parecen alejar la vista de lo único importante: el féretro y el cadaver que imaginamos dentro y al que debemos un último homenaje, un adios lejano pero cálido: tal vez con ese pequeño ramillete de flores, él también aseptizado por un celofán que nadie ha tenido el valor de quitar para forzar un poco de naturalidad en esta escena, en este espacio.
Una imagen desolada, muy desoladora.