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La mirada oblicua siguiente

Graciela De Oliveira, Mariano Horenstein, Ros Boisier, Luis González Palma
Comentarios 3

Espacio para el pensamiento y la reflexión crítica sobre el sentido y el significado de imágenes de la pandemia del covid-19

Morfi Jiménez
© Morfi Jiménez

Graciela De Oliveira

En este nuevo destino de viaje aterrizamos, de noche, sobre la azotea de un edificio en Lima para asistir a la muestra fotográfica (Ir)real de Morfi Jiménez: una serie de proyecciones de fotografías analógicas con el fondo del paisaje nocturno de las torres del San Isidro District.

El proyecto alude al distanciamiento social y a la sensación del fotógrafo de percibir que lo que está sucediendo es algo impensable como realidad.

Anoto en mi bitácora de viaje:

(Ir)real, puede tener el ‘ir’ entre paréntesis porque la gente está encerrada en sus departamentos y es un verbo poco conjugado en estos días.

Pero, también ese paréntesis podría estar conteniendo un deseo solapado de ir a lo real

Porque, si bien esta fotografía se titula Mis padres y es parte de un proyecto artístico, al referir a una realidad global puede encarnarse como una consecuencia o una respuesta local ante la situación pandémica generalizada. A la cual, como a cualquier otra, es posible encontrarle vinculaciones sociales, políticas o algo que la obra representa de su contexto y que excede lo biográfico del autor.

Al respecto de lo real y de Perú, recientemente participé del seminario La ética en el arte de Luis Camnitzer —organizado causalmente en Lima por el Centro de la Imagen— quien en una de sus charlas nos dejó la siguiente pregunta (que ahora dejo a ustedes): “¿Cómo creen que actuaría el pensador peruano José Carlos Mariátegui en estos tiempos?”

Tiempos y redes sociales (y otras sugerencias para pensar no-ficciones):

Mariátegui adaptó las teorías socialistas europeas a la realidad indigenista del Perú, hace casi unos cien años atrás.

Martina, la anciana de origen español, contó que una de sus hijas sólo pudo ir a verla una vez en dos meses, llegó a pie, luego de una hora de caminata, porque no hay gasolina en Caracas.

En Milán y Bérgamo las morgues saturaron ya en el pasado mes de abril y los ataúdes fueron acumulados en las iglesias, donde nadie acudió a velarlos.

Al reportero indonesio Joshua le han dado más de 32.500 ‘me gusta’ a la foto del cadáver momificado publicada en Instagram el pasado 14 de julio.

¿Habrá visto los ‘me gusta’ de su foto en las redes el muchacho-casa que deambulaba por Montevideo?

Con la obra Mis padres, Morfi ganó el segundo premio en el concurso Desde mi ventana, organizado por la Unión Europea de Perú. 

Mariano Horenstein

Como los muebles lustrados una y otra vez, las imágenes tienen capas. No siempre nos es dado asistir al modo en que cada imagen se construye como tal, multilaminada. Y a menudo las capas de sentido que les asignamos en cuanto las miramos —en ese momento en que las imágenes pasan a ser de quien las mira— destinan al olvido cada una de las ligeras películas de experiencia con que se las acuñó.

En esta fotografía, ante el cielo estallado de Lima en el año de la peste, un artista ha proyectado las imágenes de cada uno de sus padres. Ambos con sus bocas tapadas por barbijos.

Si uno pudiera superponer las fotografías de toda una familia en un mismo formato, los rasgos comunes se solaparían y las diferencias de cada individuo del clan tenderían a diluirse. La imagen que se leería así sería la de un rostro por un lado inexistente, y por otro el emblema de ése —y no otro— mínimo ensamblaje humano necesario para la continuidad de la especie.

Si el fotógrafo hubiera superpuesto con exactitud ambas fotografías proyectadas, hubiera adivinado su propio contorno de hijo en las líneas más oscuras de la imagen.

Pero no lo hizo. Las figuras están desfasadas, sus tamaños difieren, sus miradas divergen. Como si esta vez se tratara de resaltar la diferencia frente a la uniformidad impuesta del tapabocas.

Cuando miramos una imagen que se ha titulado como Mis padres, miramos a un hijo mirándose a través de ellos, reflejado en ellos.

Miramos a alguien intentando adivinar el deseo del que es efecto, con la muerte anticipada como telón de fondo inevitable.

Miramos por sobre el hombro de quien ha fotografiado, de quien se mira escudriñando lo que lo hace distinto.

Miramos como si espiáramos una escena íntima a la que no hemos sido invitados.

Ros Boisier

Hace tiempo que no deambulo por la nocturnidad de una ciudad
al menos no como aquellos años de calles silenciosas, de sombras arbóreas y asfalto mojado.
Alejada de las luces de las farolas ensayaba la invisibilidad como táctica de sobrevivencia.
En los intervalos entre la luz y la oscuridad aprendí todo lo que sé de la noche, en el sobrio ensimismamiento de ser uno mismo cuando todos duermen.
Pronto supe que nadie es invisible ni estando oculto en sus propias sombras.

No reconozco esta ciudad, no es la de mi nacimiento ni las de mi cobijo.
No hay estrellas, no hay Luna. Hay ciudad
y su murmullo es visual, es lumínico.
Permanecer en casa, estar, pertenecer, y su símbolo es la luz, señal de vida.
Nunca vi tanta energía en las ventanas de mis paseos nocturnos
no es su densidad, es pacto social.

Pertenecer, permanecer. Como esos cuerpos maternales/paternales fundidos entre sí permanecen en su pertenencia afectiva,
dos imágenes unidas para ser una proyectada en silencio delante del murmullo.
Dos cuerpos que en su unión representan la fuerza que sustenta a la familia, esa idea de familia como núcleo social, como micromundo del afecto.

La representación responde al mundo de las ideas.
La imaginación zurce lo abstracto para dar forma a esas ideas.
La representación es una pieza fantasmal, unión de símbolos y concesiones.
La proyección es fantasmal, nos atraviesa y la atravesamos. Queremos retenerla como Morfi Jiménez que la intercepta con una tela para registrarla, para que permanezca porque se difumina, como los recuerdos.

Recuerdos y fantasmas, nada más difuso y abstracto, como las escenas de mis paseos nocturnos por Temuco, cada vez más lejanos, cada vez más borrosos.

Luis González Palma

Como en la teoría de conjuntos matemáticos, vemos una
tela
sobre la que se proyectan dos retratos que en un punto se mezclan,
se sobreponen, se complementan. Uno se incluye en el otro
en un espacio de pertenencia mutua. Son fantasmas que habitan,
mientras dure la noche, una ciudad que al parecer padece
de insomnio.

Llama la atención cómo los dos retratos, proyectados sobre una sábana
a partir de una potente luz, impregnan de ilusión nuestra
mirada,
sus rostros son simplemente luz proyectada, doble ilusión
sujetada
delicadamente con pinzas.

Me tomo la licencia de imaginar que el dispositivo creado
a partir de la
proyección de estos rostros no se hizo solamente para la toma de la fotografía,
más bien tiendo a pensar que la proyección duró toda la noche y todo el día.
De esta forma, puedo percibir que estos dos retratos, con miradas perdidas
y hasta cierto punto resignadas, esperan el amanecer para
ser lentamente
devorados por la luz del sol.

Desde esta perspectiva, creo que lo que este dispositivo presenta es algo
que dentro de nuestra cultura occidental tratamos de
soslayar: la idea de que
nos desvanecemos como humo en el viento.

Posiblemente sea necesario aceptar, o afrontar sin tanto drama, y con cierta
imperturbabilidad, que lentamente estamos
extinguiéndonos en nuestro
cambiante presente. No es tarea fácil aceptar que nacemos para ir muriendo lentamente, pero eso es precisamente lo que esta obra de alguna forma presenta.
La pandemia que vivimos, lo único que hace es remarcar y amplificar ferozmente esa consciencia.
Basta con ver esa mancha en donde dos seres se desintegran y se unen.


Sección de ocho entregas en la que Luis González Palma invita a Graciela De Oliveira (directora del proyecto Demolición/Construcción), Mariano Horenstein (psicoanalista) y Ros Boisier (codirectora de LUR) a “que escribamos sobre las imágenes de la pandemia del Covid-19 que considero relevantes de ser pensadas y verbalizadas” con el deseo de que “se genere un espacio de encuentro y diálogo en el que se reflexione y debata sobre las imágenes que configuran nuestra manera de ver el mundo en este momento de desconcierto e incertidumbre, pero también de resistencia y esperanza”.

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3 comentarios

  1. Lyonell Quiroz Rodríguez dice:

    Llama la atención del sentido permanente y constante de la elaboración de la imagen desde el pensamiento social; pasa por la realización de fotografías a quien queremos fotografiar con la particularidad ahora de la mascarilla, lo cual pasa por ocultar parte del rostro. En un futuro, la lectura de retratos con mascarillas, supondrá interpretaciones múltiples ante la imaginación de una sonrisa o el trazado de un rostro. En nuestro imaginario colectivo muchos de los que observábamos las mascarillas en las imágenes del siglo XIX suponía un enmascarado cuyo atuendo representaba a alguien que irrumpía la ley; a futuro se hablará de un periodo del siglo XXI donde la mascarilla era para no contagiar ni contagiarse en la vida social, cuyos retratos hablaran sobre imaginar esos rostros.

  2. periclespdo dice:

    1 – Antes de leer sobre (Ir)real: una fotografía con apariencia de recién sacada de la cubeta de revelado, aún inestable, suspendida por la pinza del laboratorio. En la quinta fotografía de La Mirada Oblicua, la urbe convertida en un gran laboratorio a cielo abierto: fotográfico, epidemiológico, social y político.

    La delicadeza de la proyección como un recordatorio de la fragilidad de la especie, de la necesidad universal de cuidado, tantas veces negada por nuestro modelo de sociedad. El acto político de esta presentación.

    2 – Después de leer sobre el (Ir)real: fotografiar en 35mm imágenes digitales de archivo o de terceros (como los retratos de los padres con mascarillas), revelar, proyectar, volver a fotografiar. “Ir a lo real” –en las palabras de Graciela De Oliveria– aun bajo encierro domiciliario, ir a lo real aun cuando aparentemente vivimos en una ficción cinematográfica. Ir a lo real antes que los rayos del sol de la mañana nos destruyan.

  3. Martín M. dice:

    Ya no habitamos nuestras ciudades (¿alguna vez fueron nuestras realmente?), ya somos solo espectros, reminiscencias de los lugares en los que solíamos andar. Nos proyectamos a esos vacíos, a colmarlos de nuestra presencia una vez más en un futuro que siempre parece lejano, pero en estas circunstancias aun más.
    Nuestro lugar -o nuestro hogar- son la gente cercana, el círculo íntimo. Prohibido salir, pero no prohibido mirar. Nos quedamos en casa, en el hogar, pero habitamos en las imágenes de los demás o, a partir de las imágenes de los demás encontramos un hábitat, existimos, nos sentimos más reales y menos enclaustrados en los espacios que la inmovilización social nos obliga a ocupar.
    Afuera está el mundo, afuera estan los míos y solo me quedan sus imágenes.

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